Daños pandémicos

Esta pandemia me ha dejado vacía y agotada. Tanta lucha por no decaer, por no contraer la enfermedad, tanta preocupación por los seres queridos. Nos hemos cuidado tanto que nos enfermamos de soledad, de falta de normalidad en el trato, en los encuentros, en las relaciones.

El tema del día es la vacunación y su inmunidad ante variantes, mutaciones, etc. Pero el gran tema se dirige al cambio de comportamiento que ha traído esta peste. Lo llaman daños psicológicos de la pandemia y siento que se quedan cortos, ha traído consecuencias sociológicas profundas en un corto plazo, que dificultan la rápida adaptación.

Todos, sin excepción lo han sufrido, pero creo que las dos puntas etarias han sido las más golpeadas: los niños y los adultos mayores.

Por un lado, los niños y adolescentes, que han sentido pérdidas por no poder acudir a sus colegios, con consecuencia que van más allá del aprendizaje, y que difícilmente puedan recuperar.

Unicef habla de tres elementos esenciales para el desarrollo cerebral: comer, jugar, amar. Elementos que deben recibir desde la primera infancia, la llamada educación temprana y continuar con el proceso educativo que definirá el desarrollo y personalidad del individuo.

La pérdida de aprendizaje, las dificultades psicológicas, la exposición a la violencia, maltrato y las limitaciones de habilidades sociales, afectarán no sólo al rendimiento de los niños y adolescentes sino también a su participación en la sociedad y a su salud en general.

En la otra punta generacional se encuentran los adultos mayores que en un principio llevaron con determinación el encierro y aislamiento por temor al contagio, pero pasando los meses se ha observado que el sistema emocional ha sido afectado por síntomas de ansiedad, depresión, pánico, enojo o hastío. La causa primera no es ya contagiarse,  sino la soledad.

Es una etapa en la vida en la que los adultos están retirados, en general, de sus actividades laborales, pero mantienen muchas otras que hacen de su relación con sus semejantes, ya sea familiares, amistades, hobbies, deportes o colaboración en actividades de nietos, etc. Son momentos esenciales no solo para sentirse útiles, sino para mantener contacto con los demás.

"Sentirse conectado con otras personas, no solo con las más cercanas, resulta ser increíblemente importante", afirma Gillian Sandstrom, profesora titular del departamento de psicología de la Universidad de Essex, en Inglaterra.

A esto se suma un elemento sociológico, la “nueva normalidad” como nueva que es, ha traído cambios en las relaciones familiares, en usos y costumbres. Los jóvenes mientras nos cuidaban iban buscando alternativas de encuentro entre ellos, paseos, turismo interno, días de pesca, etc. Han encontrado espacios en “burbujas” en la que los mayores no estamos incluidos y ya se acostumbraron. Se han perdido la rutina familiar de almorzar todos juntos, las visitas,etc.

Y esto es una realidad al que el adulto mayor debe adaptarse. Se terminaron las costumbres de pasar a ver a los padres, de que los nietos los visiten. Hoy los abuelos manejan y tienen tiempo.

Vayamos aprendiendo a saltar de casa en casa porque esto no va volver atrás, a buscar espacios en sus vidas, a generar encuentros con ilusión y sin quejas.