La casa gris

Cuando mis padres compraron la casa de la playa, al este del Este exclusivo, nos rodeaban casas sencillas, propiedades de familias de una ciudad cercana y de muy pocos montevideanos, como nosotros. En la esquina se erigía una construcción grande que recordaba las casas del interior de mi país de los años 40 o 50. Una caja gris con puerta principal sin alero ni protección del sol ni de la lluvia, ventanas siempre cerradas y un gran patio con mucha vegetación al costado, frente a mi casa. No veía a sus habitantes bajar al mar, ni hacer una vida de playa, salvo que fuera en horarios poco veraniegos. Un día se me ocurrió averiguar a quien pertenecía y me entero que era de un siquiatra muy conocido, motivo por el cual comencé a jugar con mi imaginación. Veía una inmensa biblioteca y al médico con gafas leyendo y escribiendo notas. No sólo comprendí la ausencia de sonidos ni presencia de visitantes, sino que sentía que en esa esquina silenciosa y misteriosa se escondían soluciones a tantos desvaríos y dolores humanos. Esa esquina tan mal parida para estar a tres cuadras de la playa se convirtió para mí en un templo de intelectualidad y sabiduría. A medida que nuestra hermosa playa, de mar bravío y atardeceres rojizos, se fue haciendo famosa, los argentinos fueron eligiendo nuestro paraíso, reformando y construyendo nuevas edificaciones. Hasta cambiaron su nombre que siempre fue Manantiales, por playa Bikini. La casa gris siguió tal cual hasta la muerte de su dueño y el templo se convirtió en una panadería confitería gourmet. Su puerta principal siempre abierta desde la mañana hasta el atardecer, se cerró el maravilloso jardín, se llenó de mesas y sillas y un perfume a pan horneado y voces complacientes llenaron el lugar. Ahora esa esquina se convirtió en “La Linda” y la que fuera mi casa la compraron y cambiaron su nombre por “La Fea”. Me costó años superar que mi templo se convirtiera en un lugar “cheto” donde tomar café y mi casa, que estuvo llena de amor, de gente, de música y alegría hoy la nombren así por no tener imaginación ni espíritu.