COMO UN PAJARO
Comenzó el inicio de las etapas de la famosa “Cuarentena Inteligente” y con ella la única apertura para la generación de riesgo, a la cual pertenezco, es poder caminar hasta 500 metros de la propia residencia. También en un principio habilitaron dos parques y en cada uno de ellos una pista de dos kilómetros donde mis coetáneos podríamos caminar pero de 6 a 8 de la mañana! Se pensarán que los veteranos nos levantamos a las cinco de la mañana para tomar mate, desayunar y otros menesteres mañaneros para salir corriendo al parque antes que los más jóvenes nos contagien. Felizmente revieron el horario y extendieron dos horas más.
Llegó el lunes y tras mi clase de pilates vía Zoom, parafraseando, salí como zumbido a la calle con gorro, anteojos, y el indispensable tapabocas y con música para disfrutar el contacto directo con el mundo exterior. Me saqué una foto para la posteridad que al verla uno de mis hijos me comparó con una adolescente que se escapa de su casa por primera vez.
Vivo a una cuadra de una avenida doble poco transitada y con grandes predios amurallados que han conservado la frondosa naturaleza que nos rodea, donde aún pueden verse volar papagayos y alguna vez hasta un tucán. Aquí la naturaleza no se ha enterado que estamos en otoño y la temperatura es alta a pesar de estar a mitad de otoño.
Me es difícil trasmitir la sensación de libertad que sentí en mi primera salida al mundo exterior sin sensación de culpa y mucho menos, miedo. Cada detalle y cada paso lo gocé a plenitud y les sonreía a las flores, a los árboles, al cielo celeste intenso. La música que acompañaba mi caminar me hacía dar pasos de baile y tararear canciones.
Era libre, de tal manera que ni me interesaba que podrían decir los demás. Pero después reaccioné y sentí que esa libertad estaba acompañada de saber que estaba en contacto con los demás, con la comunidad, con otros que, como yo y diferentes, necesitamos compartir nuestra libertad para ser verdaderamente libres.